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No empieces

  El bullicio de la cafetería combinaba con las altas paredes pintadas de blanco y la barra de color madera llena de cafés y bebidas a medio terminar. Era una estancia bien iluminada y decorada con numerosas plantas que te invitaban a escuchar a los pájaros entre la jauría de voces. Los camareros, casi incapaces de llevar la orden a la mesa antes de que el siguiente cliente los llamase con un ademán, corrían con una sonrisa evitando romper la armonía que había convertido su café en una de los más populares de la zona. Aun así, no era la decoración ni la eficacia de los camareros lo que había vuelto ese lugar tan especial, sino el café. Aquellos que lo habían probado aseguraban que al notar como el aroma acariciaba su nariz, sus pupilas se dilataban de golpe, casi como si sus sentidos rogasen que decidieran llevan esa bebida idílica a sus labios otra vez. Era ese mismo sentimiento compartido entre los presentes, lo que creaba ese halo de satisfacción y esperanza. Pero había algo que d

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